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Esa maldita costilla

Teñida de un color improbable, la hora azul es el momento del día entre el perro y el lobo: cuando amanece o cuando anochece, “el tiempo en el que una cosa puede parecer otra, cuando algo benigno puede parecer amenazador, cuando un enemigo puede hacer acto de presencia con la apariencia de un amigo”. ¿Es o no es? El dilema es el corazón narrativo de La hora azul, la última novela de la escritora inglesa Paula Hawkins, también autora de la reverenciada La chica del tren: cuando un museo descubre que el hueso usado en una escultura de una artista ya fallecida podría ser una costilla humana, y no animal como se creía, se desata la cacería sobre su pasado y la duda sobre la posibilidad de que una piel ovejuna haya escondido a un lobo.

El dilema es el corazón narrativo de La hora azul, la última novela de la escritora inglesa Paula Hawkins, autora de la reverenciada La chica del tren.

 

“Cuando descubrí a Patricia Highsmith se transformó mi vida como lectora”, me dijo Hawkins hace unos días durante la presentación del libro en Buenos Aires: si la autora de El talentoso señor Ripley supo hacer de su antihéroe odioso alguien casi adorable, acá la dualidad se proyecta sobre personajes imperfectos, todos ellos débiles, dañados o crueles. También se proyecta la sombra de Daphne du Maurier, autora de los clásicos hitchcockianos Rebeca y Los pájaros, citada un par de veces en esta novela: como un cuervo que vigila desde una rama, lo ominoso es la presencia asfixiante de la naturaleza (¡hay tanto de ella!) anunciada a través de los animales, ciervos, ovejas, vacas, focas y pájaros, y de la isla donde vivía la artista y ahora sobrevive su amiga, aislada del continente por la marea durante doce horas al día. “Al recorrer la carretera, ese limbo entre la isla y el pueblo, puedes imaginarte que estás en otro mundo”, escribe Hawkins y la atmósfera límbica se extiende a todo el relato, una mezcla de distintos tiempos y narradores donde el resultado del misterio se develará finalmente por goteo: ¿de quién, ya no de qué, era aquel hueso?

 

Esa maldita costilla podría haber pertenecido al marido de la artista, desaparecido hace muchos años… En La hora azul se explora la tensión entre existencia y obra (“¿cómo es que nos interesa tanto la vida privada de los artistas?”) y cómo algo que parece luminoso cambia su expresión en el momento en que la luz empieza a menguar, las sombras se espesan y la claridad con que puede verse a una persona a veces oculta su lado más oscuro. “Es absurdo lo frágiles y lo inadecuados que somos para un mundo tan peligroso como este”, concluye Hawkins: “Deberíamos ser como los lobos, deberíamos poder escondernos en las sombras, correr durante kilómetros, destripar a nuestras presas con los dientes. Deberíamos ser capaces de ver en la oscuridad”. 

 

¿Y el café?

“Grace prepara un café fuerte –sabe cómo le gusta a Marguerite– y, tras colocar una taza y el cuenco de azúcar delante de la anciana, observa divertida que esta se sirve cucharaditas de azúcar en el café, una, dos, tres…”. Acaso por la inevitable negrura de un paraje tan aislado (“la oscuridad fuera es total, pero sabe que se acerca una tormenta”), el café es el combustible indispensable para la lucidez de estos personajes. En La hora azul se toma de día y de noche, en la casita de la isla o en la oficina citadina del marchand, y si en toda novela de suspenso existe por lo menos un momento en que la tensión se vuelve insoportable, acá el lector-bebedor repudia el atentado barbárico contra su fetiche: en un ataque de nervios, la protagonista estrola una cafetera contra la pared. No hay derecho.

 

Publicado en ADN+

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.