M

Moscú, día 3: Jamaica en Europa del Este

rusia3
“Russia, niet kaΦe”, se esfuerza la encargada del mostrador Cafés de la supertienda Gastronom N°1 y, aunque ya sé que la temperatura ártica impide el cultivo y ella me hace oler una variedad que me tienta, me resisto al impulso comprador: tan lejos del trópico, parece una picardía llevarme de acá un café del “Ekvador“, según me dice. Reemplazado comunismo por consumismo y con nostalgia por los tiempos en que Rusia fue potencia (en la Plaza Roja venden todo tipo de memorabilia estalinista: réplicas del gorro del General o souvenirs con la hoz y el martillo), el capitalismo está cumpliendo la mayoría de edad desde aquellos meses finales de 1991 en que el beodo Boris Yeltsin decretó el final de la URSS y empezó a fundar el mito de los nuevos oligarcas (¿alguien dijo “mafiosos”?), como los de la película Promesas del Este o, más todavía: como el dueño del Chelsea y su fortuna de 20 mil millones de dólares.

Mi primer Dostoievski. "El jugador" y un espresso, en mi KAQETTN.
Mi primer Dostoievski. "El jugador" y un espresso, en mi KOΦETTN.

En Moscú, el nuevo rico se atraganta de bolsas y por eso no sorprende ni aun al pobre turista latinoamericano que en Gastronom N°1 se ofrezcan bolsitas con Blue Mountain, el café jamaiquino más caro del mundo (bueno, tampoco para tanto: el cuarto kilo, a 2.400 rublos, unos 80 dólares). Paso. En los bares, la infusión oscila entre el jugo de paraguas y el petróleo espeso y los menúes a veces sugieren “espresso” en un ítem separado: aclarar antes de que te sirvan un colado flojito. En la Plaza Roja, el Mausoleo de Lenin recibe con un ejército soviético el aluvión de turistas respetuosos y mi fugaz encuentro cara a cara con el padre del comunismo (yo vivo y él muerto, embalsamado atrás de un blindex, todavía en el cajón, la barba rojiza y el gesto beatífico) me impresiona al punto de que… necesito un café. “Necesito”, no “quiero”. Mientras las multitudes colman el Illy o el Armani Caffe, en una callecita trasera encuentro mi lugar en la tarde: KOΦETTN (“Cafetín”), un barcito amable donde me repongo del sofoco iniciándome en Dostoievski y, por 120 rublos (4 dólares), pido un café doble fuerte, y aclaro: “¡Espresso!”.

CategoriesSin categoría
Tags
Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.